Apuntes sobre la estadística, supongo

Hay quien, al preguntársele en ausencia de una cosa sobre la posibilidad de ello, dice que no es posible, ignorando que la mayor parte de lo que es, antes de ser, hubiese sido casi imposible. Hay que reconocer, sin embargo, que en un momento cualquiera lo más probable orienta nuestra jornada.

Los organismos, efímeros e inevitables, dependen de sus tendencias mecánicas, o dicho de otra forma, los modos de existencia de la vida se amparan en la acumulación de pronósticos acertados y espontáneos, dentro de unas posibilidades acerca de cuyos límites nada sabemos.

Lacan, Seminario 11: Clase 5, Tyche y automaton, 12 de Febrero de 1964

Voy a proseguir hoy con  el  examen  del  concepto  de repetición, tal como se presentifica en el discurso de Freud y en la experiencia del psicoanálisis.

Quiero hacer hincapié en que el psicoanálisis está mandado a hacer, a primera vista, para llevarnos hacia un idealismo.

Sabe Dios cuánto se le ha reprochado: reduce la experiencia, dicen algunos, cuando ésta nos incita, en verdad, a encontrar en los duros apoyos del conflicto, de la lucha, hasta de la explotación del hombre por el hombre, las razones de nuestras deficiencias; conduce a una ontología de las tendencias, que considera primitivas, internas, ya dadas por la condición del sujeto.

Basta remitirse al trazado de esta experiencia desde sus primeros pasos para ver, al contrario, que no permite para nada conformarse con un aforismo como la vida es sueño. El análisis, más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real.

¿Dónde encontramos ese real?. En efecto, de un encuentro, de un encuentro esencial se trata en lo descubierto por el psicoanálisis, de una cita siempre reiterada con un real que se escabulle. Por eso he puesto en la pizarra algunas palabras que nos sirven de puntos de referencia para lo que queremos proponer hoy.

En primer lugar, la tyche, tomada como les dije la vez pasada del vocabulario de Aristóteles en su investigación de la causa. La hemos traducido por el encuentro con lo real. Lo real está más allá del automaton, del retorno, del regreso, de la insistencia de los signos, a que nos somete el principio del placer. Lo real es eso que yace siempre tras el automaton, y toda la investigación de Freud evidencia que su preocupación es ésa.

Recuerden el desarrollo, tan central para nosotros, de El hombre de los lobos, para comprender cual es la verdadera preocupación de Freud a medida que se le revela la función del fantasma. Se empeña, casi con angustia, en preguntar cual es el primer encuentro, qué real podemos afirmar que está tras el fantasma, a través de todo este análisis, vemos que arrastra con él al sujeto tras ese real, y casi lo fuerza, dirigiendo de tal modo la búsqueda que, después de todo, podemos ahora preguntarnos si esa fiebre, esa presencia, ese deseo de Freud no condicionó, en su enfermo, el accidente tardío de su psicosis.

La repetición, entonces, no ha de confundirse con el retorno de los signos, ni tampoco con la reproducción o la modulación por la conducta de una especie de rememoración actuada. La repetición es algo cuya verdadera naturaleza está siempre velada en el análisis, debido a la identificación, en la conceptualización de los analistas, de la repetición y la transferencia. Cuando, precisamente, hay que hacer la distinción en ese punto.

La relación con lo real que se da en la transferencia, la expresa Freud en los términos siguientes: que nada puede ser aprehendido in effigie, in absentia, ahora bien, ¿acaso no se nos presenta la trasferencia como efigie y relación con la ausencia? Sólo a partir de la función de lo real en la repetición podremos llegar a discernir esta ambigüedad de la realidad que está en juego en la transferencia.

Lo que se repite, en efecto, es siempre algo que se produce -la expresión dice bastante sobre su relación con la tyche- como el azar. Los analistas, por principio, nunca nos dejamos engañar por eso. En todo caso, recalcamos siempre que no hay que caer en la trampa cuando el sujeto nos dice que ese día sucedió algo que le impidió realizar su voluntad, esto es, venir a la sesión. No hay que tomar a pie juntillas la declaración del sujeto -en la medida, precisamente, en que siempre tratamos con ese tropiezo, con ese traspié, que encontramos a cada instante. Este es por excelencia el modo de aprehensión que entraña el nuevo desciframiento que hemos propuesto de las relaciones del sujeto con lo que constituye su condición.

La función de la tyche, de lo real como encuentro -el encuentro en tanto que puede ser falido, en tanto que es esencialmente, encuentro falido- se presenta primero en la historia del psicoanálisis bajo una forma que ya basta por sí sola para despertar la atención- la del trauma. 

¿No les parece notable que, en el origen de la experiencia analítica, lo real se haya presentado bajo la forma de lo que tiene de inasimilable -bajo la forma del trauma, que determina todo lo que sigue, y le impone un origen al parecer accidental?, estamos aquí en el meollo de lo que puede permitirnos comprender el carácter radical de la noción conflictiva introducida por la operación del principio del placer al principio de realidad -aquello por lo cual no cabe concebir el principio de realidad como algo que, por su ascendiente, tuviera la última palabra.

En efecto, el trauma es concebido como algo que ha de ser taponado por la homeostasis subjetivizante que orienta todo el funcionamiento definido por el principio de placer. Nuestra experiencia nos plantea entonces un problema, y es que, en el seno mismo de los procesos primarios, se conserva la insistencia del trauma en no dejarse olvidar por nosotros. El trauma reaparece en ellos, en efecto, y muchas veces a cara descubierta. ¿Cómo puede el sueño, portador del deseo del sujeto, producir lo que hace surgir repetidamente al trauma -si no su propio rostro, al menos la pantalla que todavía está detrás?.

Concluyamos que el sistema de la realidad, por más que se desarrolle, deja presa en las redes del principio del placer una parte esencial de lo que, a pesar todo es, sin ambages, real.

Tenemos que sondear eso, esa realidad, por así decir, cuya presencia presumimos exigible para que el motor del desarrollo, tal como lo presenta una Melanie Klein, por ejemplo, no se pueda reducir a lo que hace un rato llamé la vida es sueño.

A esta exigencia responden esos puntos radicales de lo real que llamo encuentros, y que nos hacen concebir la realidad como unterlegt, untertragen, que en francés se puede traducir por la palabra misma de souffrance "sufrimiento" , con la soberbia ambigüedad que tiene en este idioma (Souffrance, en francés, es a la vez sufrimiento y espera). La realidad está ahí sufriendo, está aguantada, a la espera. Y el Zwang, la compulsión, que Freud define por la Wiederholung, rige hasta los rodeos del proceso primario.

El proceso primario -que es lo que intenté definir en las últimas lecciónes bajo la forma del inconsciente-, una vez más tenemos que captarlo en esa experiencia de ruptura, entre percepción y consciencia, en ese lugar intemporal, como dije, que nos obliga a postular lo que Freud llama, en homenaje a Fechner, die Idee einer anderer Lokalität, otra localidad, otro espacio, otro escenario, el entre percepción y consciencia.

El proceso primario lo podemos captar a cada instante.

¿No fui despertado el otro día de un corto sueño con que buscaba descansar, por algo que golpeaba mi puerta ya antes de que me despertara? Porque con esos golpes apurados ya había formado un sueño, Un sueño que me manifestaba otra cosa que esos golpes. Y cuando me despierto, esos golpes esa percepción -si tomo consciencia de ellos, es en la medida en que en torno a ellos reconstituyo toda mi representación. Sé que estoy ahí, a qué hora me dormí, y qué buscaba con ese descanso. Cuando el ruido del golpe llega, no a mi percepción, sino a mi consciencia, es porque mi consciencia se reconstituye en torno a esta representación -sé que estoy bajo el golpe del despertar, que estoy knocked.

Pero entonces tengo por fuerza que preguntarme qué soy en ese momento -en ese instante, tan inmediatamente anterior y tan separado, en que empecé a soñar bajo ese golpe que, según parece, es lo que me despierta. Lo soy, que yo sepa, antes de que me despierte, avant que je ne me reveille -con ese ne, llamado expletivo, ya designado en alguno de mis escritos, que es el modo mismo de presencia de ese soy de antes del despertar. No es expletivo, es más bien la expresión de mi impleancia cada vez que tiene que manifestarse. La lengua, la lengua francesa, lo define bien en el acto de su empleo. Si digo: Aurez-vous fini avant qu'il ne vienne, "¿Habrá usted terminado antes de que él venga?", el ne indica que a mi me importa que usted haya terminado, quiera Dios que él no venga antes. Mientras que si digo passerez-vous avant qu'il vienne?, " ¿Pasará usted antes de que él venga?", sin el ne, estoy simplemente diciendo que si es así, cuando él venga, usted no estará.

Vean hacia qué los dirijo -hacia la simetría de esa estructura que hace que, aparentemente, después del golpe del despertar, no lo pueda sostener sino en una relación con mi representación, la cual, aparentemente, no hace de más que consciencia. Reflejo, en cierto modo, involutivo -en mi consciencia, sólo recobro mi representación.

¿Es eso todo? Freud no se cansó de decir que tendría que retomar -nunca lo hizo- la función de la consciencia. Quizá veamos mejor de qué se trata, si captamos qué motiva ahí el surgimiento de la realidad representada -a saber, el fenómeno, la distancia, la hiancia misma, que constituye el despertar.

Para acentuarlo, volvamos a ese sueño -también hecho enteramente en torno al ruido- que les he dado tiempo de encontrar en La interpretación de los sueños. Recuerden a ese padre desdichado que ha ido a descansar un poco en el cuarto contiguo al lugar donde reposa su hijo muerto -dejando a un viejo, canoso, nos dice el texto, velar al niño- y que es alcanzado, despertado por algo. ¿Qué es? No sólo la realidad, el golpe, el knocking, de un ruido hecho para que vuelva a lo real sino algo que traduce, en su sueño precisamente, la casi identidad de lo que está pasando, la realidad misma de una vela que se ha caído y que está prendiendo fuego al lecho en que reposa su hijo.

Esto es algo que parece poco indicado para confirmar la tesis de Freud en la Traumdeutung.- que el sueño es la realización de un deseo.

Vemos surgir aquí, casi por primera vez en la Traumdeutung, una función del sueño que parece ser secundaria: -en este caso, el sueño sólo satisface la necesidad de seguir durmiendo: ¿Qué quiere entonces decir Freud, al colocar en ese lugar, precisamente, ese sueño, y al acentuar que es en sí mismo la plena confirmación de su tesis en cuanto al sueño?

Si la función del sueño es permitir que se siga durmiendo, si el sueño, después de todo, puede acercarse tanto a la realidad que lo provoca, ¿no podemos acaso decir que se podría responder a esta realidad sin dejar de dormir? -al fin y al cabo, existen actividades sonámbulas. La pregunta que cabe hacer, y que por lo demás toda las indicaciones anteriores de Freud nos permiten formular aquí, es: -¿Qué despierta? -¿No es, acaso, en el sueño otra realidad? Esa realidad que Freud nos describe así: Das Kind das an seinem Bette steht, que el niño está al lado de su cama, ihm am Arme fasst, lo toma por un brazo, y le murmura con tono de reproche, und ihmvorwurfsvoll zuraunt.- Vater, siehst du denn nicht, Padre, ¿acaso no ves, das Ich verbrenne, que ardo?

Este mensaje tiene, de veras, más realidad que el ruido con el cual el padre identifica asimismo la extraña realidad de lo que está pasando en la habitación de al lado, ¿acaso no pasa por estas palabras la realidad falida que causó la muerte del niño? ¿No nos dice el propio Freud que, en esta frase, hay que reconocer lo que perpetúa esas palabras, separadas para siempre, del hijo muerto, que a lo mejor le fueron dichas, supone Freud, debido a la fiebre? Pero, ¿quién sabe? ¿acaso perpetúan el remordimiento, en el padre, de haber dejado junto al lecho de su hijo, para velarlo, a un viejo canoso que tal vez no pueda estar a la altura de su tarea?, die Besorgnis das der greise Wächter seiner Aufgabe nicht gewachsen sein dürfte, tal vez no esté a la altura de su tarea. En efecto, se quedó dormido.

Esta frase dicha a propósito de la fiebre, ¿no evoca para ustedes eso que, en uno de mis últimos discursos, llamé la causa de la fiebre? La acción, por apremiante que sea según todas las apariencias, de remediar lo que está pasando en la habitación de al lado, ¿acaso no se siente también que, de todos modos, ya es demasiado tarde en lo que respecta a lo que está en juego, a la realidad psíquica que se manifiesta en la frase pronunciada? ¿El sueño que prosigue no es esencialmente, valga la expresión, el homenaje a la realidad falida? -la realidad que ya sólo puede hacerse repitiéndose indefinidamente, en un despertar indefinidamente nunca alcanzado. ¿Qué encuentro puede haber ahora con ese ser muerto para siempre aún cuando lo devoran las llamas- a no ser precisamente este encuentro que sucede precisamente en el momento en que las llamas por accidente, como por azar, vienen a unirse a él? -¿Dónde está, en este sueño, la realidad? -si no es en que se repite algo, en suma más fatal, con ayuda de la realidad- de una realidad en la que, quien estaba encargado de velar el cuerpo, sigue durmiendo, aún cuando el padre llega después de haberse despertado.

Así el encuentro, siempre falido, se dio entre el sueño y el despertar, entre quien sigue durmiendo y cuyo sueño no sabremos, y quien sólo soñó para no despertar.

Si Freud, maravillado, ve en esto la confirmación de la teoría del deseo, es señal de que el sueño no es sólo una fantasía que colma un anhelo.

Y no es que en el sueño se afirme que el hijo aún vive. Sino que el niño muerto que toma a su padre por el brazo, visión atroz, designa un más allá que se hace oír en el sueño. En él, el deseo se presentifica en la pérdida del objeto, ilustrada en su punto más cruel. Solamente en el sueño puede darse este encuentro verdaderamente único. Sólo un rito, un acto siempre repetido, puede conmemorar este encuentro memorable pues nadie puede decir qué es la muerte de un niño -salvo el padre en tanto padre- es decir, ningún ser consciente.

Porque la verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto -pese a fundar el origen de la función del padre en su asesinato, Freud protege al padre-, la verdadera fórmula del ateísmo es: Dios es inconsciente.

El despertar nos muestra el despuntar de la consciencia del sujeto en la representación de lo sucedido: enojoso accidente de la realidad, ante el cual sólo queda buscar remediarlo -Pero qué era ese accidente cuando todos duermen, tanto quien quiso descansar un poco, como quien no pudo mantenerse en vela, y también aquel, de quién sin duda no faltó algún bien intencionado que dijera: parece estar dormido, cuando sólo sabemos una cosa, y es que en ese mundo sumido en el sueño, sólo su voz se hizo oír: Padre, ¿acaso no ves que ardo?. La frase misma es una tea -por sí sola prende a lo que toca, y no vemos lo que quema, porque la llama nos encandila ante el hecho de que el fuego alcanza lo Unterlegt, lo Untertragen, lo real.

Esto es lo que nos lleva a reconocer en esa frase del sueño arrancada al Padre en su sufrimiento, el reverso de lo que será, cuando esté despierto, su conciencia y a preguntarnos cual es, en el sueño, el correlato de la representación. La pregunta resulta aún más llamativa porque, en este caso, vemos el sueño verdaderamente como reverso de la representación -esa es la imaginería del sueño, y es una ocasión para nosotros de subrayar en él aquello que Freud, cuando habla del inconsciente, designa como lo que lo determina esencialmente -el Vorstellungsrepräsentanz. Lo cual no quiere decir, como lo han traducido de manera borrosa, el representante representativo, sino lo que hace las veces, el lugarteniente, de la representación. Veremos su función más adelante.

Espero haber logrado hacerles percibir aquello que, en el encuentro como encuentro siempre falido, es aquí nodal, y sustenta realmente, en el texto de Freud, lo que a él le parece en ese sueño absolutamente ejemplar.

Ahora tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma -en tanto que el fantasma  -[la fantasía] nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición-; esto es lo que ahora nos toca precisar. Por lo demás, esto es algo que explica para nosotros la ambigüedad de la función del despertar y, a la vez, de la función de lo real en ese despertar. Lo real puede representarse por el accidente, el ruidito, ese poco-de-realidad que da fe de que no soñamos. Pero, por otro lado, esa realidad no es poca cosa, pues nos despierta la otra realidad escondida tras la falta de lo que hace las veces de representación -el Trieb, nos dice Freud.¡Cuidado!, aún no hemos dicho qué cosa es el Trieb y si, por falta de representación, no esto ahí, de qué Trieb se trata -tal vez tengamos que considerar que sólo es Trieb por venir.

El despertar, ¿cómo no ver que tiene un doble sentido?, -que el despertar que nos vuelve a situar en una realidad constituida y representada cumple un servicio doble. Lo real hay que buscarlo más allá del sueño -en lo que el sueño ha recubierto, envuelto, escondido, tras la falta de representación, de la cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente. Ese real, más que cualquier otro, gobierna nuestras actividades, y nos lo designa el psicoanálisis.

Freud encuentra así la solución del problema que, para el más agudo de los interrogadores del alma antes de él -Kierkegaard- ya se había centrado en la repetición.

Los invito a que vuelvan a leer el texto que lleva ese título, deslumbrante de ligereza y de juego irónico, verdaderamente mozartiano en su modo donjuanesco de anular los espejismos del amor. Con agudeza, sin réplica posible, acentúa el rasgo siguiente: en su amor, el joven, cuyo retrato a la vez conmovido e irrisorio nos pinta Kierkegaard, sólo se dirige a sí mismo por intermedio de la memoria. De veras, ¿no es esto más profundo que la fórmula de La Rochefoucauld según la cual muy pocos conocerían el amor si no se les hubiera explicado sus modos y sus caminos? Sí, pero ¿quién empezó? Y no empieza todo esencialmente por el engaño del primero a quien se dirigía el encanto del amor ¿quien hizo pasar este encanto por exaltación del otro, haciéndose prisionero de esta exaltación, de su desaliento- quien, con el otro, creé la demanda más falsa, la de la satisfacción narcisista, así sea la del ideal del yo o la del yo que se toma por el ideal?

Para Kierkegaard, como para Freud, no se trata de repetición alguna que se asiente en lo natural, de ningún retorno de la necesidad. El retorno de la necesidad apunta al consumo puesto al servicio del apetito. La repetición exige lo nuevo; se vuelve hacia lo idéntico que hace de lo nuevo su dimensión; lo mismo dice Freud en el texto del capítulo cuya referencia les dí la vez pasada.

Todo lo que, en la repetición, se varía, se modula, no es más que alienación de su sentido. El adulto, incluso el niño más adelantado, exigen en sus actividades, en el juego, lo nuevo. Pero ese deslizamiento esconde el verdadero secreto de lo lúdico, a saber, la diversidad más radical que constituye la repetición en sí misma. Véanla en el niño, en su primer movimiento, en el momento en que se forma como ser humano, manifestándose como exigencia de que el cuento siempre sea el mismo, que su realización contada sea ritualizada, es decir, sea textualmente la misma. Esta exigencia de una consistencia definida de los detalles de su relato, significa que la realización del significante nunca podrá ser lo suficientemente cuidadosa en su memorización como para llegar a designar la primacía de la significancia como tal. Por tanto, desarrollarla variando sus significaciónes, es apartarse de ella, en apariencia. Esta variación hace olvidar la meta de la significancia transformando su acto en juego, y proporcionándole descargas placenteras desde el punto de vista del principio del placer.

Freud, cuando capta la repetición en el juego de su nieto, en el fort-da reiterado, puede muy bien destacar que el niño tapona el efecto de la desaparición de su madre haciéndose su agente, pero el fenómeno es secundario. Wallon subraya que lo primero que hace el niño no es vigilar la puerta por la que su madre se ha marchado, con lo cual indicaría que espera verla de nuevo allí : primero fija su atención en el punto desde donde lo ha abandonado, en el punto, junto a él, que la madre ha dejado. La hiancia introducida por la ausencia dibujada, y siempre abierta, queda como causa de un trazado centrífugo donde lo que cae no es el otro en tanto que figura donde se proyecta el sujeto, sino ese carrete unido a él por el hilo que agarra, donde se expresa qué se desprende de él en esta prueba, la automutilación a partir de la cual el orden de la significancia va a cobrar su perspectiva. Pues el juego del carrete es la respuesta del sujeto a lo que la ausencia de la madre va a crear en el sendero de su dominio, en el borde de su cuna, a saber, un foso, a cuyo alrededor sólo tiene que ponerse a jugar al juego del salto.

El carrete no es la madre reducida a una pequeña bola por algún juego digno de jíbaros -es como un trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo. Esto da lugar para decir, a imitación de Aristóteles, que el hombre piensa con su objeto. Con su objeto salta el niño los linderos de su domino transformado en pozo y empieza su cantilena. Si el significante es en verdad la primera marca del sujeto, como no reconocer en este caso -por el sólo hecho de que el juego va acompañado por una de las primeras oposiciones en ser pronunciadas- que en el objeto al que esta oposición se aplica en acto, en el carrete, en él hemos de designar al sujeto, a este objeto daremos posteriormente su nombre de álgebra lacaniana: el a minúscula.

El conjunto de la actividad simboliza la repetición, pero de ningún modo la de una necesidad que clama porque la madre vuelva, lo cual se manifestaría simplemente mediante el grito. Es la repetición de la partida de la madre como causa de una Spaltung en el sujeto -superada por el juego alternativo fort-da, que es un aquí o allá, y que sólo busca, en su alternancia, ser fort de un da, y da de un fort. Busca aquello que, esencialmente, no está, en tanto que representado -porque el propio juego es el Repräsantanz de la Vorstellung. ¿Qué pasará con la Vorstellung cuando, de nuevo, llegue a faltar ese Repräsantanz de la madre -en su dibujo marcado por las pinceladas y las aguadas del deseo?

Yo también he visto, con mis propios ojos, abiertos por la adivinación materna, al niño, traumatizado de que me fuera, a pesar del llamado que precozmente había esbozado con la voz, y que luego no volvió a repetir durante meses enteros; yo lo vi, aún mucho tiempo después, cuando lo tomaba en brazos, apoyar su cabeza en mi hombro para hundirse en el sueño, que era lo único que podía volverle a dar acceso al significante viviente que yo era desde la fecha del trauma.

Verán como este esbozo que hoy he hecho de la función de la tyche será esencial para volver a establecer de manera correcta cuál es el deber del analista en la interpretación de la transferencia.

Hoy basta recalcar que no en vano el análisis postula una modificación más radical de esa relación del hombre con el mundo que durante mucho tiempo se confundió con el conocimiento.

Si el conocimiento, en los escritos teóricos, esto referido tan a menudo a algo análogo a la relación entre la ontogénesis y la filogénesis, ello se debe a una confusión, y la próxima vez vamos a mostrar que toda la originalidad del análisis radica en no centrar la ontogénesis psicológica en los pretendidos estadios, los cuales, literalmente, no tienen ningún fundamento discernible en el desarrollo observable en términos biológicos. El accidente, el tropiezo de la tyche anima el desarrollo entero, y ello porque la tyche nos lleva al mismo punto en el cual la filosofía presocrática buscaba motivar el mundo.

Esta necesitaba que hubiera un clinamen en alguna parte. Cuando Demócrito intenta designarlo -afirmándose así como adversario de una pura función de negatividad para introducir en ella el pensamiento -nos dice: lo esencial no es el (escritura en griego), y agrega -mostrando así que ya en la etapa arcaica de la filosofía, como la llamaba una de nuestras discípulas, se utilizaba la manipulación de las palabras, igual que en la época de Heidegger- no es un (escritura en griego), es un (escritura en griego) palabra que, en griego, es una palabra fabricada. No dijo (escritura en griego)  y no mencionemos (escritura en griego). ¿Qué dijo? Dijo -respondiendo a la pregunta que nos formulamos hoy, la del idealismo- ¿Nada, quizás? no -quizás nada, pero no nada.

F. Dolto: No veo como, para describir la formación de la inteligencia antes de los tres o cuatro años, se puede prescindir de los estadios. Pienso que para los fantasmas de defensa y de velo de la castración junto con las amenazas de mutilación, es preciso referirse a los estadios.

Lacan: La descripción de los estadios, formadores de la libido, no debe ser referida a una pseudo-maduración natural, siempre opaca. Lo estadios se organizan en torno de la angustia de castración. El hecho de la copulación en la introducción de la sexualidad es traumatizante -¡tamaño tropiezo! y tiene una función organizadora para e desarrollo.

La angustia de castración es como un hilo que perfora todas las etapas del desarrollo. Orienta las relaciones que son anteriores a su aparición propiamente dicha: destete, disciplina anal, etc. Cristaliza cada uno de estos momentos en una dialéctica que tiene como centro un mal encuentro. Los estadios son consistentes precisamente en función de su posible registro en términos de malos encuentros.

El mal encuentro central está a nivel de lo sexual. Lo cual no quiere decir que los estadios tomen un tinte sexual que se difunde a partir de la angustia de castración, al contrario, se habla de trauma y de escena primaria porque esta empatía no se produce.

A propósito de Nietzsche, por lo visto

Si todavía a veces concentro la vista en él, el abismo interior me brinda memorias superpuestas, sensaciones inciertas o precisas e inconexas, el tiempo se recorta en momentos que no corresponden a un orden, mi pensamiento va rápidamente de la intuición de la infancia a la suposición de la vejez, atraviesa la vida en un salto insatisfactorio y con la paz que ese desprecio le otorga, lo vuelve a recorrer, deposita otra vez jerarquías y se desborda de mi individualidad. Nuestras primeras certezas son interpretaciones de susurros ancestrales, son antojos que se volvieron ley y caprichos ajenos que así combinados, tomaron un matiz particular. Hay tanto azar heredado y a la vez, tantas herramientas...

De la naturaleza, el sujeto, por capricho, por azar, o por alguna otra causa, toma una parte y la interpreta, la amasa y le da un nombre para su hambre y para su miedo, desde las piedras se aleja hacia y desde el cosmos se acerca hasta, consiguiendo la colisión de la verdad general con las mentiras particulares.

Con el correr del tiempo, el sujeto, por capricho, por azar, o por alguna otra causa, recorta las partes que ha tomado, las interpreta, y se pregunta porqué los otros tomaron esas partes. Nosotros que fuimos concebidos en el seno de un torrente civilizatorio, que buscamos hacer de las partes piezas y construimos con ellas algo, hacemos de ese algo una certeza anterior a nuestras primeras suposiciones, aquello que aprendimos por primera vez y que era una interpretación de un signo muchas veces interpretado, era la reacción sensata ante un capricho, una razón que observándose sin tregua acaba por aceptar original el azar y el capricho que la conforman, y se dice que hay en ello alguna otra causa.

Entre sujeto y objeto: espíritu y acciones

Por mucho que se reduzca la aguja, no se podrá tocar la piel en un punto, ella seguirá teniendo regiones. Nunca es uno el nervio que percibe, toda la región es afectada, luego la sensación se demora por el resto de la piel, que se contrae y distiende en torno al eje de músculos y los huesos huecos. Dentro del mismo exterior, los órganos se encuentran sumergidos en el fluido que los contiene; cuando el medio vibra, deja escrita una diferencia en la región, y se corre la voz hasta lugares remotos. Por ejemplo, un resplandor golpea el ojo, al mismo tiempo el talón da cuenta de esa luz sin ojos y poco después, la ve; esas distancias son el tiempo. Cierta vez el oído está sólo, es sorprendido por un trueno, el vientre tiembla por el ronquido de la tierra. Para que el oído se distinga del trueno, para que el vientre se distinga de la tierra, es necesario que se reúnan ambas noticias, entonces el cuerpo adopta el tiempo del trueno, acoplando la diferencia de sus propias regiones se distingue del exterior; así se parece a él. La masa pasa desapercibida a si misma, va dejándose a lo largo del trueno en virtud del trueno, pero el trueno pasa, y la masa persiste y recuerda.

No deja de sorprenderme la persistencia de la reunión del cuerpo, ello insiste en conciliarse oponiendo una maquinaria interior al acontecimiento original del afuera. Las fuerzas que se originan en la percepción producen recorridos que se trazan como un camino en la selva fértil. Al final, el cuerpo no se construye agregando partes sino trazando vacíos en la densidad de la materia. La fuente vital esculpe la piedra líquida, nuestra madre pare un hueco en el mar, y nuestro ente no es más que la memoria de si mismo, un borde de silencio forzado a aprenderse por la costumbre de su gestación.

Cierta vez, sin embargo, nos consideramos lo bastante resistentes como para adentrarnos en la naturaleza de nuestra debilidad, analizamos nuestra pequeñez, reduciéndonos, cada vez más aislados del cosmos. Ya nos optimizamos hasta caminar en dos patas, ya redondeamos la tierra; el lenguaje es de metáfora flexible, Dios se soporta en la palabra misterio; el lenguaje es infinitamente polvo, caben n puntos en un átomo; la maquinaria matemática resiste adoptándolo el curvo del Universo y vacía la densidad ínfima atestada de posibles; llegamos a lo más abstracto que la representación, convirtiendo en escalones lo que podía reducirse, lo repetido. En una época los días duraban un día, pero en los confines del horizonte, en un segundo caben todos los días, todos los días salió el sol y nos despertamos, y los cuerpos cayeron y la mayoría de bocas sonrientes durmieron en paz, y los más valientes crecieron y murieron, y nos volvimos más parecidos a lo diferente y después, volvimos lo diferente igual a nosotros, las madres sufrieron, los padres murieron, y todos los días, infinitos sucesos ocurrieron simultáneamente en cada uno de los infinitos puntos de la distancia que separara al ojo del talón. El Planeta es azul como un agujero, y aunque sus células llenas, incidentales, no se diferencian de la materia, las entidades del Mundo tienen abismos de tiempo cada segundo. Mientras que el cuerpo se conjuga con el cuerpo tomando como la misma cosa la diversidad de sensaciones a las que es sometido, el canal completamente vacío del progreso recorta la información. El cuerpo hace sujetos, sujeto fuego que calienta y alumbra, la abstracción elabora acciones, el ocurrir del calor y la luz, la proposición en que reinciden.


de n a 2013

Eros y Hefestos

Imagino el acto de dormir como una muerte de todo lo que puede tener consecuencia (ser causa) ante una totalidad que va despertando, totalidad que le atribuyo a la debilidad de las partes, que ya no pueden insistir en si mismas, hartas de los esfuerzos del día, harto el ojo de ver, la muela de masticar, comienzan a figurar la experiencia simultánea de sus debilidades. Cada parte es incapaz de huir de la identidad con las otras y la sustancia que las une (que no es más que su propia indiferencia) resulta vencedora.

La necesidad de trabajar se alimenta trabajando y así crece. A medida que uno se obliga a retenerla, se refuerzan las partes involucradas y pasamos a movernos a partir de sus intenciones. El ruido de lo demás disminuye, tiende a desaparecer y con el paso de las horas, de los días y los años, es cada vez más fácil concentrarnos en un canal que se ha hecho profundo y definido, y dejar que nuestra energía se deslice por él hacia el exterior. Entonces, hemos configurado un espacio, también un volumen del cuerpo. Con suerte, ahora el pensamiento se desarrolla a orillas de la materia, y gracias al territorio sólido que se ha formado, crece una estructura consistente con algunas formas de unión del cuerpo.


2008

Sobre los puntos

La definición es el resultado de una negación, alteridad con el superyo, proyección de la máquina personal sobre la materia. La lengua esculpe en el lenguaje, así sea formal, líquido o múltiple, quitando, como un topo, abriendo espacio para si misma, incluso por medio de la extracción de nada al vacío.

Apuntes para una síntesis entre el sentir y la historia

Los estados escapan a la observación, tanto exterior como interior, pero no necesariamente al registro. El cuerpo, vuelto máquina en el interior del estado, opera mediante shocks y registra de manera elemental las percepciones en bruto. La imágen que sale del estado no lo describe ni hace referencia a él, es una muestra, con suerte una criatura con posibilidades, fruto del acontecimiento oculto.

La realidad es considerada contingencia por los estados.
Los estados son considerados farsa sagrada por la realidad.

los estados están cerrados a una síntesis vertical
la progresión opera por medio del desplazamiento a una mirada fantasmática
el estado se desdobla entre lo que es visto y lo que ve
al volver a verse se repliega
y ahora el conjunto, doble, puede ser mirado

La intensidad como transmutación

Un cuerpo se sustrae de la realidad, está como ido en la oscuridad, donde palpita a ciegas.

Un cuerpo yace en la orilla, por poco las olas no lo alcanzan. Parece estar suspendido de muy alto con la mirada.

Un cuerpo narra todo lo que acontece, le habla a las cosas sin cuerpo sobre la naturaleza del tiempo.

Un cuerpo aferra lo que toca, lo que apenas toca, lo que podría estar tocando, y nada más.

Un cuerpo ha caído en su propia carne, pero también podríamos decir que se tiró.

Un cuerpo admite lo que sea que insista.

Un cuerpo renuncia a la libertad a medida que se incorpora, y más precisamente, renuncia a la felicidad.


2012

Espejos

Me encuentro rodeado de espejos que se reflejan uno a otros. Parecen abismos de cristal y son paredes, superficies en las profundidades de las superficies. Merodean los espejos con sus líquidas miradas, reflejan zurdos jarrones que se están rompiendo, aúllan destrozando los vidrios.

Entre las sombras hay un espejo. Espejo en sombras de apagado engaño, oculto con sincera frialdad.

No se puede desgarrar un reflejo, el reflejo no está en el espejo, no está en la cosa reflejada. A veces
araño esas superficies o destruyo las cosas y el reflejo impávido duerme la guerra, calmo en sus horrores. Espejo que vomita reflejos, vísceras ilusorias que alimentan su no nacer.

Se abre la aurora en este espacio cerrado, son luces de artificio las del alba en el espejo.

Espejos fruncidos hacia su centro, retazos, fragmentos del mundo. Espejos que respiran en oscuras luces la envidia del ser.

Mi piel inmune de espejo se deforma y se compone de nuevo en el origen.

Siete espejos rotos son mucha desgracia, pero nunca una tragedia. Y el agua es un espejo que no deja de romperse.


Monólogo de Narciso, de El Perseguidor de Reflejos

Hip hops

a la noche la sombra me nombra
con hambre, vestida de hembra
y siembra, cosecha
vaga y acecha
prende la mecha que apaga
paga las cuentas matando al acreedor
hacemos el amor y me infecto
se infecta el texto del virus perfecto
con la sombra conecto

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soy la caligrafía analfabeta de la mano de un poeta
una chancleta en los rayos cuando vas en bicileta
un enorme cayo en los huevos de oro del gallo
el lacayo buena gente
de mi mismo solamente
el detergente en el Yin, la melanina en el Yan
un Chá-chá-chá al estilo de Boris Vian
soy la diana de sombra que absorbe la flecha de luz
prefiero ir caminando si la vida es como un ómnibus
como Jesús en la cruz sé muy bien lo que hago
sé que Sócrates no sabe nada, deshago
el hilo que teje la Parca. Tengo arca
para salvar del diluvio a Dios
soy parecido a vos
pero no tanto
en el canto rodado dejo marca
soy la barca que hace que el lago se hunda
el espermatozoide que se escapa de la funda
y tengo una historia pa´que se difunda

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hice un trato con el diablo
en un retirado establo
él muy nervioso y yo con calma
durante horas, gané su alma
¿Porqué llorás?, le decía
cuando en el fuego para siempre se perdía
el trabajo del demonio ahora es tarea mía
cambio goce por exceso, pero no se fia
eso si, llamen después de las ocho
que estoy durmiendo de día
todas las noches trasnocho
porque me sobra batería

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mí arcoiris daltónico tiene los mejores grises
lombrices de intestino en lo profundo del mundo
como el pan que me dan pero
cuando pido pan me dan queso
el chamán admira el misterio que profeso
soy terrorista suicida y salgo ileso
insisto en eso, que no insistas
las masas están en el horno
todavía no están listas
en la canción de cuna soy lo porno
me gusta mirar tu contorno
sobre la duna en una noche de luna
por lo menos una vez resucitar
entre tus piernas, junto al mar
el cielo mismo parece estar en celo
es un abismo infinito que usamos de telo
huelo como si fuera perfume de lejos tu olor
y sé dónde está tu frío, a donde va mi calor
arrastrando no pocas rocas como un poderoso río
por eso me causa dolor el que se vayan tus bocas
en un derroche de sutileza eterea
como el ataque fatal de una bacteria
soy miseria, te digo, ostentosa
de orígen divino
convierto al petróleo en vino
y en camino al caminante
que al andar lo hace
kamikaze en un avión a alguna parte
tengo arte para llenarte el cráneo
y hacerlo estallar hasta el baño
con unos versos de uranio

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así que soy, repito pa´l que estaba distraído
el eslabón perdido entre flauta y pito
que hace del artificio un mito
el ADN del misterio, en serio
soy la luna en un charco en el cementerio
si no recuerdo mal, soy una laguna mental
un genital que pincha la tuna
mi vida es mucho más que una
la cuento de a miles
soy la nuez de Adán de Aquiles
y el talón de Aquiles de Adán
me pregunto si me entenderán
y si no, bueno, qué importa
puedo perder la aorta pero tengo más arterias
arte de comedias serias
y de trágedias en todo caso
que hacen reír a las piedras
y llorar al payaso
aplazo el final porque la inercia lo impone
cuando una idea muere otra pronto la repone
pero ahora pará un cacho
que se queman los escone...

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estampidas de sangre hacen sangrar a las venas
la historia del hambre, de las malas y las buenas
intenciones
hizo raciones para el hombre prepotente
ya no hay vos ni yo, sólo hay gente
el diente tiene temor
de vivir en las encías
pero es que el crimen, la calle, el SIDA
¿Cuánta excusa es necesaria para pasarse la vida
como el rey Midas? pero en lugar
de transformar al tocarla en oro la comida
fabricar comida con el oro que en la mente anida
un viaje sólo de ida es la historia del hambre
un calambre construído con alambre
hacia el cielo vacío de los astronautas
el cuerpo de los internautas
y la pasión con pautas
cautas, demasiado cautas las personas
se juntan, clasifican y establecen por zonas
hay que juntar para cuando llegue el invierno
y si hacen cuarenta grados a nadie le importa un cuerno
es el infierno y el paraíso a la vez
cuando todo se pone al revés fuera del perno
un ajedrez jugado sólo con peones
la música dejó de serlo todo
existe apenas en canciones
y este verso
es un abismo inmerso
en el centro del universo...

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si tenés una pared transparente
ya no podés encerrarte en tu mente
pregunten al viejo del bar y que les cuente
farol en mano junto al sol naciente
cuál es el origen, la fuente del agente
que hace que la gente se ponga inconciente
es la corriente animal, inocente
es un chorro de sangre, es un torrente
enterate de que cuando el Buda Zen te
aliente, te estará tirando un puente
para pasar a ser paciente de un ente impotente

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la cárcel de Punta Carretas
tenía las celdas repletas
de anarquistas y poetas
ahora en el Shopping, ¡penal!
el verdadero criminal
nos enseña a hacer maquetas
de felicidad de soja
y sale cuando se le antoja

Misterio


I

Es el último en llegar, entra sin hacer ruido, saluda con un beso a cada uno de nosotros, se sienta y dice Está fresco. Una escoba y un hacha que no habíamos visto asoman detrás de él. Alguien pregunta qué es eso. No hay duda de que son una escoba y un hacha. Fingimos no haber oído. En silencio, evitamos mirarnos, hasta que pasa un niño, toma la escoba y se pierde corriendo en la penumbra.


II

Más tarde, alguien viene del pasillo y se para detrás de una silla. Baila apenas. Al rato pasa entre nosotros rozando varias piernas, y se inclina, reflexivo, al costado del hacha. Le preguntan qué pasa. Él responde que nada, se incorpora y se lleva el hacha a la cocina.