Entre sujeto y objeto: espíritu y acciones

Por mucho que se reduzca la aguja, no se podrá tocar la piel en un punto, ella seguirá teniendo regiones. Nunca es uno el nervio que percibe, toda la región es afectada, luego la sensación se demora por el resto de la piel, que se contrae y distiende en torno al eje de músculos y los huesos huecos. Dentro del mismo exterior, los órganos se encuentran sumergidos en el fluido que los contiene; cuando el medio vibra, deja escrita una diferencia en la región, y se corre la voz hasta lugares remotos. Por ejemplo, un resplandor golpea el ojo, al mismo tiempo el talón da cuenta de esa luz sin ojos y poco después, la ve; esas distancias son el tiempo. Cierta vez el oído está sólo, es sorprendido por un trueno, el vientre tiembla por el ronquido de la tierra. Para que el oído se distinga del trueno, para que el vientre se distinga de la tierra, es necesario que se reúnan ambas noticias, entonces el cuerpo adopta el tiempo del trueno, acoplando la diferencia de sus propias regiones se distingue del exterior; así se parece a él. La masa pasa desapercibida a si misma, va dejándose a lo largo del trueno en virtud del trueno, pero el trueno pasa, y la masa persiste y recuerda.

No deja de sorprenderme la persistencia de la reunión del cuerpo, ello insiste en conciliarse oponiendo una maquinaria interior al acontecimiento original del afuera. Las fuerzas que se originan en la percepción producen recorridos que se trazan como un camino en la selva fértil. Al final, el cuerpo no se construye agregando partes sino trazando vacíos en la densidad de la materia. La fuente vital esculpe la piedra líquida, nuestra madre pare un hueco en el mar, y nuestro ente no es más que la memoria de si mismo, un borde de silencio forzado a aprenderse por la costumbre de su gestación.

Cierta vez, sin embargo, nos consideramos lo bastante resistentes como para adentrarnos en la naturaleza de nuestra debilidad, analizamos nuestra pequeñez, reduciéndonos, cada vez más aislados del cosmos. Ya nos optimizamos hasta caminar en dos patas, ya redondeamos la tierra; el lenguaje es de metáfora flexible, Dios se soporta en la palabra misterio; el lenguaje es infinitamente polvo, caben n puntos en un átomo; la maquinaria matemática resiste adoptándolo el curvo del Universo y vacía la densidad ínfima atestada de posibles; llegamos a lo más abstracto que la representación, convirtiendo en escalones lo que podía reducirse, lo repetido. En una época los días duraban un día, pero en los confines del horizonte, en un segundo caben todos los días, todos los días salió el sol y nos despertamos, y los cuerpos cayeron y la mayoría de bocas sonrientes durmieron en paz, y los más valientes crecieron y murieron, y nos volvimos más parecidos a lo diferente y después, volvimos lo diferente igual a nosotros, las madres sufrieron, los padres murieron, y todos los días, infinitos sucesos ocurrieron simultáneamente en cada uno de los infinitos puntos de la distancia que separara al ojo del talón. El Planeta es azul como un agujero, y aunque sus células llenas, incidentales, no se diferencian de la materia, las entidades del Mundo tienen abismos de tiempo cada segundo. Mientras que el cuerpo se conjuga con el cuerpo tomando como la misma cosa la diversidad de sensaciones a las que es sometido, el canal completamente vacío del progreso recorta la información. El cuerpo hace sujetos, sujeto fuego que calienta y alumbra, la abstracción elabora acciones, el ocurrir del calor y la luz, la proposición en que reinciden.


de n a 2013